No os preocupe tanto el adorno exterior... cuanto el interior, el del corazón: el adorno incorruptible de un espíritu apacible y sereno que es la auténtica belleza a los ojos de Dios. (1 Pedro 3:4)

No revelo nada nuevo cuando afirmo que en nuestra sociedad hay un auténtico culto al cuerpo y a nuestro aspecto exterior. La industria del fitness se espera que genere en los próximos cuatro años un negocio de cerca de cien mil millones de dólares a nivel mundial. El de la belleza, tan sólo en España, mi país, genera diez mil millones de euros anuales en negocio ¡Imagina a nivel mundial! Ahí está la realidad en cifras.

Nada que objetar al cuidado del cuerpo; al ser el templo del Espíritu del Señor nos exige una buena mayordomía, pero no al precio de olvidar nuestro interior. Ya en conversación con Samuel, cuando este estaba escogiendo rey para Israel, el Señor le dijo que nosotros miramos el exterior, lo que hay ante nuestros ojos; por el contrario, Dios siempre mira el interior, el corazón. De hecho, la Palabra nos invita a tener sumo cuidado del corazón porque de él mana la vida. Ciertamente lo que hay en su interior determina cómo vives en el exterior.

Por tanto, según nos indica el apóstol, la auténtica, la verdadera belleza es la del corazón. Cuidarlo, alimentarlo, ejercitarlo, protegerlo forma parte de nuestra mayordomía. Si le dedicáramos tantas horas al cuidado del corazón como, en ocasiones, lo hacemos al cuidado y la impresión personal que queremos dar, sin duda, otro gallo nos cantaría.

¿Cómo estas cuidando la belleza de tu corazón?