Si alardeamos de no cometer pecado somos unos ilusos... dejamos a Dios por mentiroso y además es señal de que no hemos acogido su mensaje. (1 Juan 1:8 Y 10)

Iluso: el que no tiene en cuenta la realidad. Así lo define el diccionario. Decía en el post anterior que el pecado es una realidad que no va a desaparecer, por tanto, hemos de aspirar y trabajar para gestionarlo. Un primer reto de gestión es el pecado que se ha convertido en un hábito en nuestra vida y que no podemos racionalizar ni justificar.

El segundo reto de gestión es no ser ilusos, es decir, no ignorar la realidad. Juan es muy tajante al respecto al afirmar que sin no reconocemos el pecado y lo llamamos por su nombre somos unos mentirosos y, lo que es peor, dejamos al Señor como mentiroso porque precisamente es Él quien afirma que el pecado es algo real en nuestras vidas.

Pero ¿cómo podemos llegar al punto de creer que no pecamos? En mi opinión, hay dos razones. La primera, porque hay aspectos de pecado de los cuales no hemos tomado conciencia; actitudes, motivaciones, valores, prioridades que consideramos correctas y que no lo son. Es por eso que el salmista le pedía al Señor que le librara de los pecados que le eran ocultos (Salmo 19:12-13) Este aspecto de la gestión es fundamental porque no podemos abordar aquello que desconocemos, de lo que carecemos de conciencia.  

La segunda, es porque nos negamos a reconocer el pecado como tal y lo justificamos, racionalizamos o argumentamos. Sabemos que está mal pero el orgullo, el dolor o cualquier otra razón nos impide afrontarlo y cambiar. Es por eso que el salmista tomaba la iniciativa en poner su vida bajo el examen del Señor (Salmos 139:23-24) para que Él le confrontara con su realidad.

Hay una gran diferencia entre ambas situaciones. En la primera, no sé; en la segunda, no quiero saber.