Por eso os exhorto a que luchéis contra las apetencias desordenadas que hacen la guerra al Espíritu. (1 Pedro 2:11)

Otras versiones usan la expresión apetitos carnales. En cualquier caso es necesario una explicación para poder entender qué es lo que nos pide Pedro.

Eugene Peterson lo definió como la corrupción que el pecado introdujo en nuestros apetitos e instintos. Estos son nuestras inclinaciones básicas, primitivas y animales en búsqueda de la seguridad, el placer, la gratificación y el control. Son naturales pero, lamentablemente, como cada una de las dimensiones de nuestra humanidad se han visto afectados por el pecado y generan en nosotros una brutal tensión entre aquello a lo que aspiramos y los impulsos que experimentamos. El apóstol Pablo lo expresó de forma magistral cuando afirmó. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 

Así pues, vivimos con esa realidad; unos deseos e inclinaciones que si no son dominados y controlados se vuelven en contra nuestra y acaban dominándonos a nosotros y haciéndonos sus esclavos. El Nuevo Testamento una y otra vez nos habla de esa realidad y nos advierte que no podemos dejarla incontrolada y que parte del proceso de maduración como seres humanos consiste, precisamente, en aprender a gestionarla.

¿Cómo identificas esta tensión en tu propia vida?