Si os golpean por ser culpables, ¿qué mérito tendría vuestro aguante? Pero que sufráis y aguantéis aún habiendo hecho el bien, es cosa que agrada a Dios. Precisamente a eso habéis sido llamados: a seguir las huellas de Cristo que, padeciendo por vosotros, os dejó un modelo a imitar. (1 Pedro 2:20-21)

Imitar a Jesús en el sufrimiento injusto -como Él lo padeció-. Imitar al Maestro en la práctica del bien que, lejos de ser reconocido, es penalizado -como a Él le sucedió-. Imitar a Jesús haciendo aquello que le agrada al Padre -como Él lo llevo a cabo-. Todo esto forma parte de nuestro llamamiento y, además, es algo que cuando lo experimentamos agrada a nuestro Dios porque implica que nos vamos pareciendo a su hijo mayor.

Esto es sorprendete, máxime cuando vivimos una fe cristiana en la que el Señor es percibido como uno más de los recursos para capear los temporales de la vida; cuando lo que cuenta es lo que Él puede y debe hacer por nosotros y poco lo que espera de nosotros (más allá de la pureza sexual que es nuestra gran bandera) como hijos suyos e imitadores del hermano mayor. Pensemos en nuestras canciones, las que cada domingo cantamos en nuestros lugares de culto domingo tras domingo; observemos lo que enfatizan y lo que omiten. Simplemente eso te dará una confirmación de que el sufrimiento, la imitación del Maestro está bastante ausente.

¿Qué despierta en tu mente el saber que la imitación del Maestro pasa por un sufrimiento consciente?