También vosotros, como piedras vivas, os vais construyendo como templo espiritual. (1 Pedro 2:4)
Europa y las Américas están salpicadas de grandes edificios históricos, iglesias, museos, palacios construidos con sólidos sillares de piedra. Pero cada una de esas piedra separadas, de forma individual, aislada, carece en un sentido de gran valor. Lo que hace preciosas y útiles a cada una de ellas es el hecho de que juntas forman algo superior, inmenso, bello y útil.
Soy consciente y lo vivo en mis propias carnes lo decepcionante que hoy en día puede ser la iglesia cristiana. He leído a uno de los grandes misiólogos contemporáneos afirmar que hoy en día las personas dejan la iglesia no porque hayan perdido la fe, sino para no perderla. Como pastor doy fe de nuestras pobres relaciones interpersonales, nuestra ceguera ante tantos problemas que afectan a nuestra sociedad, nuestro poco compromiso con la misión, del liderazgo abusivo que usa su función para servirse y no servir.
Pero lo cierto es que no existe tal cosa como un seguimiento individual de Jesús. Somos salvados personalmente para unirnos a un cuerpo, una comunidad, un pueblo. Necesito a los otros y los otros me necesitan. La comunidad es la forma natural y saludable de seguir al Maestro de Nazaret. El problema no es la iglesia, sino como las formas culturales, denominacionales, religiosas y nuestro propio pecado la han distorsionado y empobrecidos. Tal vez es la hora de renovar la iglesia y volver más y más a su función y propósito entendiendo que las formas culturales y religiosas que usamos son un medio, pero nunca un fin.