Para vivir el resto de su vida mortal conforme a la voluntad de Dios y no conforme a las pasiones humanas. (1 Pedro 4:2)

Aquí nos encontramos con una realidad que aparece una y otra vez en las páginas del N. Testamento; la tensión entre lo que Dios quiere y lo que mis hábitos de pecado quieren. Pongámonos por un momento en la posición de un observador externo que mira nuestra propia experiencia humana. Podremos apreciar que el pecado se ha hecho fuerte en nuestro cuerpo, en nuestros instintos y deseos más básicos, en nuestras compulsiones, de tal manera que tienen más control sobre nosotros que nosotros sobre ellos ¿Es así en tu experiencia? Piénsalo.

Woody Allen popularizó la frase: "El corazón quiere lo que quiere". Con ella quería indicar que cuando el deseo se impone no hay razón que valga para frenarlo; es más, frenarlo es burda represión, un tabú cultural en nuestros días.

El problemas es que esos deseos desbocados no son inocuos. De nuevo, si los observamos bien veremos que nos destruyen, destruyen nuestras relaciones, destruyen a otros y, naturalmente, destruyen nuestra relación con Dios. Cuando los seguimos sin controlarlos entramos en una espiral de compulsión y esclavitud porque, como bien afirmó Jesús, todo aquel que hace pecado se convierte en un esclavo de este.

Por eso Pedro nos dice que vivamos según la voluntad del Señor y no siguiendo esas pasiones. La gran pregunta es cómo llevarlo a cabo, pero eso lo veremos mañana. 

¿Qué pasiones te esclavizan?