¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. —Salmo 19:11
Mi lugar de trabajo necesita una limpieza a fondo (afortunadamente no es el que aparece en la foto). De tanto en tanto, muy de tanto en tanto, todo sea dicho, hago una limpieza superficial para que esté mínimamente presentable, especialmente si tengo que recibir a alguien que ha de compartir un tiempo conmigo en ese mismo espacio. Sin embargo, detrás del aparente orden y limpieza hay muchos rincones donde no me he preocupado en mirar y, mucho menos en limpiar, des- de hace mucho tiempo.
Esto me ha llevado a pensar que en nuestro seguimiento de Jesús puede darse la misma situación, el exterior, lo visible a los ojos de los demás tiene una apariencia más o menos presentable. Hemos trabajado el exterior, eliminado la suciedad grosera e impresentable, sin embargo, puede haber muchos rincones de nuestra alma donde la suciedad se ha ido acumulando y enquistando desde hace muchos años.
La Cuaresma es una invitación a ese viaje introspectivo en los rincones poco visitados de nuestra alma o aquellos desatendidos por mucho tiempo. Esta visita, hecha simplemente por nosotros mismos, nos revelará lugares donde hemos de aplicar limpieza, áreas que hemos de cambiar, actitudes que no pueden continuar, prioridades que han de ser diferentes, pecados que han sido tolerados y deberían ser abandonados.
Pero todavía podemos ir un segundo nivel de más profundidad, acompañados por Dios, quien nos puede mostrar y llamar la atención sobre aspectos de la vida que están ocultos a nuestros ojos, suciedad de la que ni siquiera éramos conscientes y que su mirada escrutadora puede ayudarnos a identificar.
Del mismo modo que para una limpieza a fondo hacen falta ganas y tiempo, también todo este proceso de introspección personal requiere ambas cosas. Debemos pararnos e invertir tiempo y, si no podemos pararnos, eso mismo ya nos habla sobre nuestro estado actual, ya es una fuente de información de primer orden sobre la situación de nuestra alma.