Pues quien te vence te esclaviza. (2 Pedro 2:19)
El pecado crea adición. Naturalmente no estoy hablando de un pecado puntual, más bien de lo que podríamos denominar como hábitos de pecado. Esas conductas que es muy posible que estuvieran presentes antes de nuestra conversión y que han continuado después de la misma a pesar de nuestros esfuerzos, deseos, promesas e intentos de desembarazarnos de los mismos. Jesús ya lo afirmó: "todo aquel que comete pecado se convierte en un esclavo del pecado" y el apóstol Pablo en su magnífico capítulo 7 del libro de Romanos describe a la perfección lo que el pecado puede llegar a producir en la vida de un seguidor de Jesús.
Porque la ciencia nos enseña que la práctica repetida de una determinada acción produce conexiones en nuestro cerebro. Cuanto más repetimos esas conductas u omisiones, más y más se van reforzando esas conexiones hasta que llega un momento en que se convierten en nuestra respuesta natural y, si seguimos repitiéndolas, en nuestra única respuesta posible. El cerebro de forma natural lo hace y, ni siquiera la fuerza de voluntad sirve para salir de ese bucle. Ya nos hemos convertido en esclavos.
San Agustín lo resumió de esta manera: "por servir a la pasión se formó el hábito, y el hábito que no se resiste, al poco tiempo se vuelve necesidad. Por este tipo de enlaces... un yugo áspero me mantuvo bajo control." Es lo que denominaba las cadenas de la gratificación.
En resumen, sin duda eres declaro justo -no culpable- gracias a la obra de Jesús en la cruz, sin embargo, hay muchas posibilidades de que sigas viviendo como un esclavo.