Volvió entonces la vista atrás, y vio a Jesús que estaba allí, pero no lo reconoció. (Juan 20:14)

Esto le pasó a María Magdalena y, posteriormente, a los discípulos en el camino hacia Emaús; ver al Maestro y no tener la capacidad de reconocerlo. Pienso que este es un gran reto para todos sus seguidores, la capacidad de discernirlo, de verlo a Él en la vida cotidiana. Llevamos décadas -o siglos- en que Dios ha quedado relegado al domingo, al culto, al lugar que malamente llamamos iglesia, que hemos perdido la capacidad y, por tanto, el hábito de reconocerlo en el día a día. De hecho, mental, aunque no teológicamente, Jesús ni está ni se le espera en la cotidianeidad.

Esto es triste porque nuestra vida se empobrece de forma brutal. La mayoría de esta -todo lo que va más allá del domingo y el ratito del tiempo devocional, los disciplinados que lo tienen- queda al margen de Dios, en ese mal llamado mundo secular o profano que nada tiene que ver con lo sagrado y espiritual.

¿Cómo podemos desarrollar la capacidad de reconocer a Jesús en el día a día?