Esta es una palabra digna de crédito: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. (1 Timoteo 3:1)

Como afirma el apóstol aspirar a liderar es una buena cosa; además, el liderazgo es necesario tanto en el mundo secular como en el ámbito de la Iglesia. Tras 50 años de servicio en el ministerio percibo que el principal peligro que podemos tener los que estamos en posiciones de liderazgo es usarlo para servirnos a nosotros mismos en vez de servir al Señor y a los demás.

Naturalmente nadie admitirá esto. De hecho, muchos líderes ni siquiera tienen conciencia de que lo estén haciendo, de que el liderazgo es la fuente que les conceda sentido, propósito, valor, estima y dignidad como personas. Vinculan su rol -ser líderes- a su identidad y, por tanto, usan lo primero para construir y afirmar lo segundo. Con demasiada frecuencia el liderazgo se convierte en lo que les añade valor pero no en algo que usen para añadir valor a otros.

Jesús afirmó que la esencia del liderazgo cristiano, su distintivo, es el servicio a los demás. Este servicio no es, únicamente, predicarles el domingo en la mañana o usar a las personas para que cumplan nuestros sueños ministeriales que, en demasiadas ocasiones, son nuestros sueños personales. Servirles implica a que puedan ser personas maduras en Cristo Jesús, cada día más semejantes a Él en su forma de pensar y vivir. Servirles es ayudarles a que entiendan que son agentes de restauración y reconciliación en un mundo roto.

Unos versículos más adelante el mismo apóstol indica que el gran peligro del liderazgo es que se nos suban los humos a la cabeza.