Entonces reflexioné sobre todas mis obras y sobre la fatiga que me habían costado, y concluí que todo era ilusión y vano afán, pues no se saca ninguna ganancia bajo el sol. (Eclesiastés 2:11)

Sócrates, el gran filósofo griego, afirmaba que una vida no reflexionada no era digna de ser vivida. Reflexión es una palabra de origen latino que transmite la idea de inclinarse hacia atrás para, de este modo, ganar en distancia y perspectiva. La reflexión, cuando se practica, nos permite entendernos mejor a nosotros mismos, las circunstancias y la vida en general. 

Lamentablemente hemos generado una espiritualidad en la que la reflexión ha sido sustituida por la emoción. El sentir por el pensar. El tipo de vida que vivimos tampoco favorece la reflexión porque para llevar esta a cabo hace falta tiempo y un entorno adecuado paz, silencio y quietud; todo lo contrario por una vida caracterizada por la prisa y el estrés. Necesitamos desarrollar una espiritualidad que nos lleve a la reflexión, que nos haga para las revoluciones de la vida cotidiana, que nos permita ver cómo vivimos para optar por cómo deberíamos vivir. Si el domingo no sirve para eso, sirve para poco.