Por lo mismo esforzaos al máximo en añadir a vuestra fe, la honradez; a la honradez, el recto criterio; al recto criterio, el dominio de sí mismo; al dominio de sí mismo, la constancia; a la constancia, la religiosidad sincera; a la religiosidad sincera, el afecto fraternal; al afecto fraternal, el amor ágape. (2 Pedro 1:5-7)

En todo el capítulo primero de la segunda carta de Pedro la palabra clave es ¡ESFORZAOS! Una palabra que parece tabú en el cristianismo evangélico de nuestro tiempo. Un cristianismo que continúa promoviendo y esperando que una intervención milagrosa, un rayo caído del cielo nos transforme y desarrolle en nosotros un carácter cristocéntrico. Para ello iremos a tantos congresos como sean necesarios, invitaremos a tantos predicadores ungidos como sea necesario. Haremos todo lo que sea necesario menos ESFORZARNOS.

Este cristianismo LOW COST no tiene nada que ver con lo que dice la Escritura. Lejos de las palabras de Jesús de tomar la cruz y seguirle cada día. O de las del apóstol Pablo que le indicaba a su amado discípulo Timoteo que debía ESFORZARSE; o siguiendo con el mismo apóstol que usaba la comparación del atleta que debía prepararse día tras día para la competición. 

La gran batalla por parecernos a Jesús no se libra en los grandes eventos sino en la rutina de la vida cotidiana, en los pequeños actos de bondad al prójimo y obediencia al Señor que van acumulando, poco a poco, decisión a decisión, un carácter similar al de Jesús.

¿Qué papel juega el esfuerzo en tu seguimiento de Jesús?