Porque todo el que hace la voluntad De Dios, ese es mi hermano y mi hermano y mi madre. (Marcos 3:25)
He oído decir, incluso yo lo he pronunciado con cierto tono de orgullo, que soy hijo de Dios porque lo he aceptado como Señor y Salvador. Son muchos los pasajes del Nuevo Testamento que apuntan en esa dirección. En ocasiones, personas han comentado mis posts indicando que sólo los que reúnen la condición antes indicada son auténticos hijos del Señor, el resto son tan sólo criaturas. No puedo dejar de pensar en los animales de compañía que tienen mis hijos en sus hogares. Son criaturas ¡Sin duda! pero no tienen la categoría de hijos ¿Será así con el resto de la humanidad?
Pero después me asaltan otros pasajes de las Escrituras; textos como el que reproduzco en esta entrada. Las palabras del Maestro diciendo que por sus frutos los conoceréis. El tremendo pasaje de Mateo 25, que yo llamaría de los sorprendidos. Sorprendidos los que son aceptados y también los que son rechazados. Podría seguir pero, para muestra basta un botón. Entonces me pregunto ¿Qué sucede cuando los que nos denominamos hijos no vivimos la voluntad del Padre? ¿Qué sucede cuando es más fácil ver el carácter del Maestro en la gente que ni le conoce ni le reconoce? ¿Cómo manejamos la contradicción de ver hijos que viven como criaturas y éstas viviendo y desarrollando el carácter del Padre?
He encontrado la solución, son bastardos de Dios, no pueden ser hijos legítimos porque no han hecho la oración del pecador, tampoco puedo considerarlos criaturas porque reflejan a Dios día si, y día también. No hay duda, son los bastardos del Señor.
¿Te sientes amenazado en tu condición de hijo ante esta realidad?