Poned el corazón en lo que hagáis, como si lo hicierais para el Señor y no para los hombres. (Colosenses 3:23)
Si la vida fuera un teatro ¿quién sería tu público? Porque, al fin y al cabo, actuamos o vivimos para aquellos de los cuales buscamos el aplauso, la aprobación, la aceptación, la inclusión, etc.
Pablo nos propone que nuestro único y principal público sea el Señor Jesús. Él mismo, Jesús, en el Sermón del Monte, ya nos habló de que cuando vivamos, no lo hagamos buscando y esperando la aprobación de la gente. ¿Es eso lo que buscamos? Eso tal vez obtengamos, aunque todos sabemos lo voluble que es el público que un día te aclama como aquel que viene en el nombre del Señor y dos días más tarde vocifera: "crucificalo". Como indicaba, tal vez si tengamos el aplauso de la gente pero no el reconocimiento del Señor. Hay que decidir por cuál optamos.
Si nuestro público es Jesús, entonces Pablo entra en otro aspecto, la calidad de nuestra "actuación". El apóstol indica que hemos de poner en ello nuestro corazón. Creo que no es exagerado decir que implica hacerlo con el cariño, la calidad, la dedicación, el primor de algo que va dirigido y es ofrecido a la persona más importante de nuestra vida.
Si aprendemos -digo aprendemos porque eso no es algo que salga de natural- a hacerlo así, resultará que nuestra vida se convierte, toda ella, cada dimensión, en un acto de adoración, alabanza y servicio a Dios. Hace que la adoración sea la vida y no la hora que dedicamos a cantar los domingos en la mañana, a menudo, repitiendo una y otra vez las mismas canciones desconectadas de la realidad vital y centradas en nosotros mismos.