Por entonces llegaron a Jerusalén unos sabios procedentes de Oriente, que preguntaban: ¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Nosotros hemos visto aparecer su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. (Mateo 2:1-2)
La intención es una determinación de la voluntad para conseguir un fin. Es actuar con propósito, de manera deliberada. Esto es lo que observo en estos hombres, de los cuales desconocemos su número, nombre o procedencia exacta; tan sólo la mención que venían del Oriente. Los comentaristas bíblicos suponen que debían ser astrólogos, estudiosos del firmamento y, tal vez, conocedores de la tradición judía que indicaba que una estrella anunciaría el nacimiento del Mesías (Números 24:17). Podía proceder el Babilonia, Arabía o Persia. Incluso hay quien identifica su origen en China, pero no los pudimos ubicar con seguridad.
Lo que si podemos observar en ellos es esa intencionalidad de emprender un viaje de centenares de kilómetros, tal vez miles, con una intención clara: encontrar al Mesías con el deseo de adorarlo. Estuvieron dispuestos a una aventura hacia lo desconocido, probablemente plagada de peligros tanto a la ida como a la vuelta porque en su corazón había un deseo que daba fuerzas y alimentaba su voluntad; querían conocer a Jesús, y no impulsados por una simple curiosidad intelectual, sino guiados, motivados por el deseo de conocerlo para adorarlo.
Estos sabios de Oriente son una inspiración para nosotros. Nos enseñan que nada en la vida que sea significativo y valioso -tanto en la dimensión espiritual como en cualquier otra- sucede sin intencionalidad. Las cosas se trabajan con esfuerzo, voluntad, premeditación, elección, diciendo sí a ciertas cosas en detrimento de otras. Nos muestran con su ejemplo que la búsqueda de Jesús es precisamente eso, una búsqueda que nace de la voluntad y el deseo de encontrarnos con Él, para adorarlo, para que nos transforme, para que nos haga semejantes a Él.
Lamentablemente existe en la cultura cristiana la falsa idea de que en la dimensión espiritual no hay lugar para la intencionalidad, que las cosas simplemente han de suceder, que el próximo evento, el nuevo predicador, la nueva experiencia o actividad nos cambiará para siempre y no tendremos que ser intencionales, proactivos, premeditados. En definitiva, no será necesario esforzarnos. Muy diferente a lo que nos enseña el apóstol Pablo cuando afirma que nos esforcemos -seamos intencionales- en la gracia de Jesús.
¿Cuán intencional es tu vida en cuanto a la búsqueda de Jesús?
¿Qué relación hay entre los frutos de tu vida y ese nivel de intencionalidad?
¿Qué sientes de parte de Dios que deberías hacer con esta información?