Comparto los ingredientes de mi regla o camino de vida. Sólo tienen un valor descriptivo y en absoluto prescriptivo.
Las oraciones pautadas.
Soy consciente de que la Biblia nos invita a orar sin cesar, en todo momento y situación y así trato de practicarlo. Sin embargo, y no veo ningún tipo de contradicción con lo que el apóstol recomienda a los Tesalonicenses, yo tengo tres tiempos de oración establecidos en mi vida y que cada día practico de forma pautada y sistemática.
El primer tiempo es la oración de la mañana. Cada día, al comenzar, hablo con el Señor y pongo todas mis actividades delante de Él y tomo perspectiva de todo aquello que me espera por delante. Pienso en las cosas que debo hacer, las relaciones que tendré, las acciones que he de llevar a cabo y las presento ante Dios pidiendo su guía, dirección y la
capacidad para saber discernir qué está haciendo en el mundo y saberme unir a Él y su trabajo de reconciliación y restauración. Es un tiempo para presentar a mi familia, mi esposa y mis hijos, orar por su seguimiento del Maestro y sus necesidades. Es el tiempo también para orar por mi iglesia para que pueda ser una comunidad de constructores del Reino y agentes de restauración en este
mundo roto.
El segundo tiempo es la oración del mediodía. En obediencia a la enseñanza de Jesús en la oración conocida como el Padrenuestro, oro para que el Reino de Dios venga y se establezca en mi vida, en mi ciudad, en mi país y en este mundo. Oro para con sinceridad estar dispuesto para ser usado por el Señor en el trabajo de hacer de su Reino una realidad.
El tercer tiempo de oración es la oración de la noche. Comienzo con las palabras del Salmo 139 y le pido al Señor que examine mi vida, cómo he vivido, cuán sensible he sido a su voz y su voluntad. Qué cosas he hecho bien, qué cosas necesito mejorar y qué cosas necesito hacer diferente. Hay un equilibrio entre la oración de la mañana, poner el día
en las manos de Dios y la de la noche, discernir cómo he vivido ese día único e irrepetible.