Pedro dijo a Jesús: -¡Maestro, que bien estamos aquí! Hagamos tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. (Marcos 9:5)

Es comprensible, Pedro quería retener tanto como fuera posible ese momento tan especial que estaba viviendo junto con Santiago y Juan. Era una experiencia extraordinaria y sobrenatural que no deseaban que acabara. Sin embargo, si seguimos leyendo el pasaje veremos que tuvieron que bajar al valle donde les esperaban las necesidades de un mundo roto. La experiencia de la montaña tiene su sentido cuando la relacionamos con la realidad del valle.

Veo que la iglesia contemporánea ha perdido este equilibrio entre la montaña -la comunión, la adoración, el compañerismo, la alabanza- y el valle -la misión de ser agentes de restauración y reconciliación en un mundo roto-. Nuestras comunidades tratan de generar experiencias espirituales que nos hagan sentir a gusto -¡Que bien estamos aquí!- pero que lamentablemente se convierten en un fin en sí mismas. Mucho énfasis en lo que Dios hace por mí y muy poco en lo que Él espera de nosotros y nuestra misión en el mundo. Tal vez este tipo de fe no sea sino una expresión religiosa del hedonismo que caracteriza a la sociedad posmoderna donde sentir es existir. 

¿Cuán equilibrada está en tu vida la relación entre el valle y la montaña?