Vuestro estilo de vida será así totalmente digno y agradable al Señor, daréis fruto en toda suerte de buenas obras y creceréis en el conocimiento de Dios. (Colosenses 1:10)
Sin duda no es la única condición, sin embargo, una vida digna del Señor es aquella que produce buenas obras. Pero déjame que me explique mejor.
Los seguidores de Jesús estamos llamados a colaborar en la construcción del Reino de Dios. Lo hacemos de dos maneras: la proclamación del Reino -lo que habitualmente se ha denominado la evangelización-, y la demostración del Reino -las obras de amor, justicia y misericordia-.
Nuestras tradiciones cristianas han enfatizado y continúan haciéndolo, la proclamación del Reino. Esto genera con frecuencia frustración; en primer lugar porque nuestros círculos de influencia son limitados y una vez que hemos verbalizado el mensaje se puede dar -y, a menudo, se da- el caso de que se agoten las posibilidades naturales de compartir y no todo el mundo tiene el coraje de salir a la calle a buscar desconocidos; lo cual, probablemente es poco efectivo hoy en día.
Ahora bien si la proclamación tiene sus limitaciones, la demostración está al alcance de todos nosotros y día tras día se renuevan las oportunidades y posibilidades de hacer buenas obras a nuestro prójimo, es decir, de hacerles el bien por medio de nuestras acciones de amor, justicia y misericordia. Haz el bien y no mires a quien, dice el viejo refrán español.
Por tanto, no te lamentes de lo que tal vez no puedes hacer -proclamar- y céntrate en lo que cada día puedes hacer -demostrar-, porque con frecuencia esta es la trampa de Satanás enfocarnos en lo que no podemos para distraernos de lo que podemos.
¿A quién puedes hacer el bien hoy en día?