Apiádate de mí, oh Dios, por tu amor, por tu gran compasión borra mi falta; límpiame por entero de mi culpa, purifícame de mis pecados. (Salmo 51:1-2)
La apelación del pecador es al carácter de Dios. Sin embargo, es importante notar que no apela a su justicia, sino a su amor -gracia- y compasión. Si podemos aspirar y obtener el perdón no se debe a que sea justo que lo recibamos -no lo es en absoluto-, sino más bien a que de forma inmerecida, debido a la complejidad del carácter del Señor aspiramos a obtenerlo. Porque, afortunadamente, nuestra relación con Él está basada en la gracia y no en la ley.
¿Qué fundamento práctico -no el teórico- tiene tu relación con Jesús?