Felices los que trabajan en favor de La Paz, porque Dios los llamará hijos suyos. (Mateo 5:9)

Vivimos en un mundo caracterizado por los conflictos; a menor escala, los más cercanos, son de tipo interpersonal, sea en el ámbito de nuestra familia, vecindario, trabajo, estudios, amigos, etc., etc. A mayor escala nos encontramos con conflictos económicos, sociales, culturales, raciales, políticos, militares y de cualquier otro tipo. Todos estos antes mencionados tienen en común el enfrentar grandes colectivos de personas, incluso naciones enteras que se sienten agraviados los unos con los otros. 

La historia de los conflictos es tan larga como la humanidad. Cuando el pecado hace su entrada en el mundo Adán y Eva entran en conflicto. Caín entra en conflicto con Abel y lo resuelve por la vía expeditiva de matarlo. Conflictos y gente conflictiva no faltan, hay una amplia oferta. Lo que carecemos es de pacificadores, de personas que en interpongan entre las partes y busquen acercar posturas, suavizar tensiones y, en la medida de lo posible buscar la paz.

El trabajo de la pacificadora a menudo es ingrato. Puede ser que ambas partes desconfíen de ella debido a que se niega a estar alineada incondicionalmente con una de las partes en conflicto. No es raro que reciba de unos y de otros y contente a ninguno. Pero a pesar de todo el pacificador es un hijo de Dios porque al intentar hacer la paz está reflejando el carácter de Jesús que busca hacer las paces entre nosotros y Dios y nos invita a unirnos a su trabajo de pacificación.

Ya hay suficiente dolor y sufrimiento en el mundo para que nosotros añadamos más, mejor si somos conocidos por traer paz. ¿Dónde te ubicas tú?