Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. (Mateo 26:38)

Cuando era un jovencito (más o menos en el periodo intertestamentario) cantábamos una canción que decía lo siguiente: "no puede estar triste el corazón que tiene a Cristo, no puede estar triste el corazón que tiene a Dios". La cancioncilla seguía desgranando toda una colección de barbaridades teológicas. Sutilmente era una prohibición a experimentar la tristeza, porque hacerlo significaba que no eras un buen cristiano. Total, que a la tristeza que uno tenía por las causas que fuera (una pérdida, por ejemplo) había que añadir el sentido de culpa por no ser el tipo de cristiano correcto.

Hay una religiosidad popular evangélica que, por una lado, no tiene nada que ver con lo que Jesús enseña y, por otro, no es saludable y crea más mal que el bien que pretende. El Maestro de Galilea ha de ser siempre el modelo de referencia contra el cual hemos de medir toda esa religiosidad popular. Jesús estuvo triste porque estaba enfrentando unas circunstancias  dramáticas que hacían que ese estado de ánimo fuera la respuesta humana normal y natural. Consecuentemente, nos concede el derecho a estar tristes delante del dolor -dimensión física- y el sufrimiento -la dimensión emocional-. No tenemos que sentirnos culpables. Cuando experimentamos la tristeza estamos siendo humanos y respondiendo como tales sin que nuestro Dios se sienta defraudado ni nos juzgue por ello.

Hay un par de situaciones en mi vida que, en estos momentos, me producen tristeza y agradezco al Señor no tener que sentir una culpa añadida a mi tristeza ¿cómo está tu vida?