¿A ti qué? Tú sígueme. (Juan 21:22)

Mi trasfondo, especialmente mi niñez, me hizo crecer siendo muy competitivo, basando mi sentido de valor y dignidad en la comparación con otros que resultara positiva, siempre a mí favor. Cuando creces así eso pasa a formar parte de tu ADN, de la manera en que entiendes el mundo y te relacionas con él. Es, en definitiva, la forma en que vas construyendo tu identidad. Sería ridículo pensar que eso no se traslada a la forma en que uno lleva a cabo el servicio cristiano. Este, fácilmente, se convierte en una fuente más de reafirmación, dignidad y validación. ¡Cuán a menudo servir a Dios es una excusa para servirnos a nosotros mismos!

Por eso, estas palabras de Jesús tienen mucho sentido para mí. El Maestro me invita a dejar de lado la comparación y la competitividad con otros. Me enseña que Él establece con todos y cada uno de nosotros una relación única y singular y que no debo de preocuparme para nada del éxito o fracaso de los demás porque ese no es mi problema. Mi relación con Él, crecer en la misma y seguirle de forma cada vez más consciente y comprometida es lo único que me debe preocupar.

¿Qué rasgos de competitividad y comparación puedes ver en tu vida?