Se trata de la vida eterna que estaba junto al Padre y que se ha manifestado, que se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella y os la anunciamos. (1 Juan 1:2)
Dios descendió a nuestra realidad haciéndose como uno de nosotros, con todas las limitaciones que conlleva la realidad humana. Experimentó todo lo que tú y yo podemos experimentar; Jesús no fue ajeno al dolor -la dimensión física- el sufrimiento -la dimensión emocional-, la vulnerabilidad, la traición, el abandono, la incomprensión, el rechazo, la incomprensión, la manipulación, incluso la tentación -sólo tenemos una registrada en las Escrituras, pero podemos dar por sentado que hubieron muchas más- y, finalmente, la más humana de todas las experiencias humanas: la muerte.
Juan insiste una y otra vez en la dimensión humana de Jesús, no sólo porque sin ella no estaría cualificado para ser nuestro redentor, sino porque esta humanidad genera en Él una increíble empatía, comprensión y misericordia hacia nosotros los humanos. Jesús, Dios, sabe cuán difícil y complejo es vivir nuestra realidad como seres humanos porque Él ha estado, está aquí. El anónimo escritor de Hebreos lo entendió cuando plasmó ese maravilloso pasaje de 4:14-16.