Ahora, queridos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. (1 Juan 3:2-3)

En mi humilde opinión toda la controversia sobre la identidad de género es para los cristianos un motivo de reflexión y una oportunidad. Detrás de todo ello hay preguntas legítimas ¿quién soy? ¿qué significa ser humano? ¿cuál es mi auténtica identidad? Preguntas que todo ser humano se hace de forma consciente o inconsciente y a las que las diferentes narrativas tratan de dar una respuesta.

Nosotros creemos que como consecuencia de nuestro deseo de vivir al margen del Señor el proyecto de humanidad que Él tenía en mente quedó truncado. No somos los seres humanos que debíamos haber sido, somos el producto del pecado, somos una humanidad fragmentada, rota, fracturada, con una identidad perdida. Conforme la narrativa judeocristiana se ha ido diluyendo en nuestra sociedad hemos perdido las referencias acerca de quiénes somos y qué significa ser un ser humano.

Por eso la encarnación de Jesús es tan importante. Él se hace ser humano, como uno de nosotros, en medio nuestro, para mostrarnos qué significa ser humano. Jesús es ese ser humano que nosotros debíamos haber sido y el pecado hizo inviable. Jesús es el modelo, el prototipo, el nuevo Adán, el primero de una nueva creación. En Él podemos fijarnos para tener identidad y responder a las preguntas antes mencionadas. Es curiosos porque es imposible saber cómo es Dios sin mirar a Jesús. Del mismo modo es imposible saber cómo ser humano sin mirarlo a Él.

¿Cuál es tu modelo para formar tu identidad?