Entonces me dije a mí mismo: prueba la alegría y procura el bienestar. Pero también esto es pura ilusión. (Eclesiastés 2:1)

Este pasaje dice que el rey de Jerusalén -una ilustración de cualquier ser humano-, después de constatar la incapacidad de la sabiduría de proveerle de sentido y propósito buscó este en el placer, la alegría, el estatus y las posesiones. Los versículos que siguen al arriba descrito desgranan toda la serie de experiencias y situaciones que buscó y experimentó y, sin embargo, llegó a la misma conclusión. ¿Es el placer malo? ¡En absoluto! No es lo que afirma el texto; afirma su incapacidad de darnos un sentido permanente.

Al leer el capítulo vinieron a mi mente las palabras del Señor por medio del profeta Jeremías: Pues mi pueblo ha cometido dos maldades: me ha abandonado a mí —la fuente de agua viva— y ha cavado para sí cisternas rotas ¡que jamás pueden retener el agua!. Somos cisternas rotas y, consecuentemente, no podemos retener el agua. Nada nos satisface plenamente, nada es permanente, lo cual nos impulsa a una búsqueda constante y sin descanso. El problema no es aquello que usamos para llenarnos, el problema somos nosotros, estamos rotos, insatisfechos, desasosegados, y así seguiremos hasta que encontremos el agua viva. 

 


Entonces me dije a mí mismo: prueba la alegría y procura el bienestar. Pero también esto es pura ilusión. (Eclesiastés 2:1)

Este pasaje dice que el rey de Jerusalén -una ilustración de cualquier ser humano-, después de constatar la incapacidad de la sabiduría de proveerle de sentido y propósito buscó este en el placer, la alegría, el estatus y las posesiones. Los versículos que siguen al arriba descrito desgranan toda la serie de experiencias y situaciones que buscó y experimentó y, sin embargo, llegó a la misma conclusión. ¿Es el placer malo? ¡En absoluto! No es lo que afirma el texto; afirma su incapacidad de darnos un sentido permanente.

Al leer el capítulo vinieron a mi mente las palabras del Señor por medio del profeta Jeremías: Pues mi pueblo ha cometido dos maldades: me ha abandonado a mí —la fuente de agua viva— y ha cavado para sí cisternas rotas ¡que jamás pueden retener el agua!. Somos cisternas rotas y, consecuentemente, no podemos retener el agua. Nada nos satisface plenamente, nada es permanente, lo cual nos impulsa a una búsqueda constante y sin descanso. El problema no es aquello que usamos para llenarnos, el problema somos nosotros, estamos rotos, insatisfechos, desasosegados, y así seguiremos hasta que encontremos el agua viva. 

 


Entonces me dije a mí mismo: prueba la alegría y procura el bienestar. Pero también esto es pura ilusión. (Eclesiastés 2:1)

Este pasaje dice que el rey de Jerusalén -una ilustración de cualquier ser humano-, después de constatar la incapacidad de la sabiduría de proveerle de sentido y propósito buscó este en el placer, la alegría, el estatus y las posesiones. Los versículos que siguen al arriba descrito desgranan toda la serie de experiencias y situaciones que buscó y experimentó y, sin embargo, llegó a la misma conclusión. ¿Es el placer malo? ¡En absoluto! No es lo que afirma el texto; afirma su incapacidad de darnos un sentido permanente.

Al leer el capítulo vinieron a mi mente las palabras del Señor por medio del profeta Jeremías: Pues mi pueblo ha cometido dos maldades: me ha abandonado a mí —la fuente de agua viva— y ha cavado para sí cisternas rotas ¡que jamás pueden retener el agua!. Somos cisternas rotas y, consecuentemente, no podemos retener el agua. Nada nos satisface plenamente, nada es permanente, lo cual nos impulsa a una búsqueda constante y sin descanso. El problema no es aquello que usamos para llenarnos, el problema somos nosotros, estamos rotos, insatisfechos, desasosegados, y así seguiremos hasta que encontremos el agua viva.