El que alardee, alardee de esto: de tener entendimiento y conocerme, de saber que yo soy el Señor, que pongo en práctica la fidelidad, la justicia y el derecho en el país. Estas son las cosas que me agradan. (Jeremías 9:22-23)

Cuando observo el mundo evangélico puedo identificar dos grandes tendencias. Aquella que afirma que el conocimiento del Señor está relacionado con la acumulación de información sobre Él. Se enfatiza la teología y la sana doctrina, la ortodoxia. La otra afirma que el conocimiento de Dios tiene que ver con la experiencia emocional, el sentimiento, la subjetividad de lo que siento. Dos extremos, a menudo, irreconciliables y ambos interpretando erróneamente el concepto bíblico de conocer.

Conocer en las Escrituras no significa estar intelectualmente informado acerca de ciertos principios abstractos. Tampoco tener experiencias emocionales más o menos subjetivas. Conocer a Dios significa que esa información y esas experiencias se trasladan a la forma en que nuestro carácter se va moldeando y pareciendo más y más al de Jesús y se expresa en la vida cotidiana de la persona conocedora. 

Por tanto, no basta con saber ni con experimentar, es necesario practicar.