Procurad hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo y perverso que lo aparte del Dios vivo. (Hebreos 3:12)
Algunos aspectos preliminares. Primero, el corazón en las Escrituras es el centro de control de todo el proyecto humano. Segundo, este pasaje va dirigido a seguidores de Jesús no a personas que no le conocen. Estos versículos están enmarcados en un pasaje donde se explica la falta de confianza del pueblo de Israel hacia el Señor cuando se encontraban en el desierto. El pueblo fue incrédulo y esa incredulidad le llevó a la desobediencia y rebelión abierta contra Dios.
Hay una diferencia entre la duda y la incredulidad. La primera es honesta, es la carencia de información o la incomprensión de la misma. El que duda quiere o está dispuesta a creer si puede superar su duda. La incredulidad, por el contrario, es una actitud de la voluntad, del corazón. No está relacionada con la información o carencia de esta. A diferencia del que duda -quien no puede creer- el incrédulo no quiere creer, ha decidido que no lo hará y toda la información o argumentación que se le pueda proporcionar no cambiará un ápice su postura.
Es contra esto que nos advierte la Palabra; que nuestro corazón se vaya volviendo más y más refractario al consejo del Señor, que comencemos a creernos nuestras propias mentiras, argumentos y justificaciones para no confiar en Él. El problema es que el corazón incrédulo deriva, según dice el anónimo escritor de Hebreos, en un corazón perverso.
¿Cuán refractario es tu corazón?