A todos traté de adaptarme totalmente para conseguir, cueste lo que cueste, salvar a algunos. Todo sea por amor al mensaje evangélico, de cuyos bienes espero participar. (1 Corintios 9:22-23)

En este famoso pasaje Pablo nos habla de la necesidad de adaptarnos al entorno. Pero, hacerlo con un propósito, conseguir que las personas puedan entender el mensaje de restauración y reconciliación del Señor y, eventualmente, puedan tener la posibilidad de abrazarlo. El apóstol indica que se hace gentil para ganar a los gentiles y judío para ganarlos a ellos. A todos se adapta con un propósito. 

Ahora bien, para poderte adaptar has de tener muy clara tu identidad para no perderla en el proceso de adaptación. Has de saber qué es lo que te define, qué es lo esencial y qué es lo accesorio, qué es negociable y qué es no negociable. Si definimos nuestra identidad por nuestras prácticas culturales como evangélicos o católicos, será bastante difícil el adaptarnos sin sentir que estamos perdiendo nuestra identidad porque nos estamos definiendo por medio de ellas. Pero, no podemos perder de vista que, con demasiada frecuencia, son nuestras prácticas culturales las que impiden que muchas personas se puedan acercar a Jesús. No es exagerado afirmar que, en ocasiones, el precio de la conversión cultural que le pedimos a las personas es mayor que el precio que pide Jesús para seguirle a Él. 

El precio de esta adaptación con propósito que nos enseña el apóstol es la crítica por parte de aquellos que definen su identidad por esas prácticas culturales. Le pasó a Jesús, le sucedió a Pablo y le sucede a todo aquel que desea contextualizar el evangelio.