A partir de aquel momento, Jesús comenzó a predicar diciendo: Convertíos porque ya está cerca el reino de los cielos. (Mateo 4:17)

El mensaje central de Jesús de Nazaret fue el Reino de Dios, no la iglesia. El Maestro menciona en escasas ocasiones la palabra iglesia y, de ninguna manera, era una parte central o esencial de su mensaje. Son los escritores del Nuevo Testamento los que desarrollan el concepto y su papel dentro de los planes del Señor. De hecho, esta es un instrumento, un medio para la construcción del Reino. Porque existe una misión, se crea una iglesia. La misión precede a la iglesia y le da sentido y razón de ser.

Un reino es el territorio sobre el cual un rey tiene jurisdicción. El Reino de Dios serían todas las esferas en las cuales la autoridad del Señor es reconocida. El Reino comienza por las personas; por eso la invitación de Jesús es personal a cada uno de nosotros. El Reino viene a nuestras vidas cuando aceptamos la autoridad del Señor en todas y cada una de las dimensiones de esta, nuestra mente, voluntad, emociones, valores, prioridades, actitudes, conductas, etc. Cuando esto sucede el Reino se hace presente y las vidas cambian.

El deseo de Jesús es que el Reino se haga presente también en todas las esferas de la sociedad. Él nos enseñó -en la oración del Padrenuestro- a orar para que su Reino venga, para que su voluntad sea hecha en nuestro mundo como lo es en el cielo. Eso implica que aquello que no es permisible en los cielos no lo puede ser en la tierra. Si la violencia, la opresión, la pobreza, la injusticia económica, social y política, la discriminación, la trata de seres humanos, las agresiones domésticas, la explotación sexual, el abuso infantil y un etcétera, tan largo como deseemos o podamos pensar, no es permisible en el cielo, tampoco lo puede ser en la tierra.

Así pues, la invitación de Jesús es a instaurar su Reino en nuestras vidas y, por medio de estas, en la sociedad.

¿Eres un constructor del Reino?