¿Hasta cuándo, Señor, he de pedir ayuda sin que tú me escuches, y he de clamar a ti contra la violencia sin que tú me salves? (Habacuc 1:2)
Habacuc y su afirmación -como muchas otras (los salmos imprecatorios, Jesús en Getsemaní)- me reconcilian con la Palabra de Dios por su realismo y su crudeza porque no siempre las cosas en la vida cristiana son de color rosa, porque no siempre todo sale bien, porque no siempre nuestras expectativas se cumplen, porque no siempre entendemos el porqué el Señor no interviene en nuestra vida, en la de otros o en el mundo.
Habacuc me enseña que la honestidad con Dios no sólo es aceptada por Él, sino que además es legítima y bienvenida. Con el Señor no es preciso ser políticamente correcto, religiosamente correcto, responder a las fórmulas espiritualistas prefabricadas. Con Dios podemos brutalmente sinceros, tal vez con el único con el que podemos serlo total y absolutamente. El Señor acepto no solamente esta queja del profeta, sino otras que aparecen en su corto libro profético. Por cierto, la fotografía corresponde a la escultura "El profeta" de mi paisano Pablo Gargallo.
Nunca dejes de ser honesto con Dios.