Ni los ojos se sacian de ver, ni el oído se harta de oír. (Eclesiastés 1:8)

Somos insaciables, siempre necesitados de algo más; como dice el autor de Eclesiastés, no importa cuanto veamos, oigamos o experimentemos, la satisfacción que todo ello produce es siempre efímera, dura poco, necesitamos una nueva dosis y, a menudo, mayor.

A mi parecer hay dos dimensiones en esta realidad. La primera, es que nos hace vulnerables. Los medios de comunicación, bien sabedores de esa realidad, lo explotan descaradamente ofreciéndonos todo tipo de servicios, experiencias y productos que nos garantizan satisfarán esa necesidad que todos tenemos de llenar nuestro vacío interior.

La segunda, es que ese vacío apunta hacia Dios, el único que puede satisfacer de forma permanente nuestro honda necesidad de llenarlo. Ese vacío es un síntoma, una alarma, un indicador de que algo no está funcionando bien en nuestro interior, de que ese deseo de llenarlo es legítimo. La cuestión es cómo tratamos de llenarlo, de satisfacerlo. 

La pregunta es cómo lo estamos tratando de llenar tú y yo.