Del mismo modo, y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. (Romanos 8:26)
Hay ocasiones durante este tiempo de crisis que no sé muy bien cómo debo de orar, qué es legítimo pedir y qué no lo es. Mi falta de perspectiva hace que cuando pienso en personas, comenzando por mí mismo y mi familia, tenga dudas acerca de qué es lo mejor y conveniente orar e interceder. Porque si bien algunas están claras, otras esa misma falta de perspectiva hace que mi oración se base en mi criterio y sabiduría, en mi comprensión de la realidad que siempre es limitada y parcial. Puedo pedir por cosas que en mi sentido común me parecen las mejores y las más adecuadas, pero ¿Lo son en los planes y la economía de Dios? ¿Puedo estar pidiendo por algo que, en vez de beneficiar a la persona, sea perjudicial para ella a medio y/o largo plazo? ¿Cómo puedo combinar la necesidad de interceder con la limitación de mi conocimiento?
Siempre que me encuentro en estas situaciones es de ayuda para mí las palabras que escribió Pablo describiendo una realidad que me trasciende, el Espíritu Santo, nuestro defensor y abogado, quien está en íntima comunión con el Padre, sabe qué necesitamos, qué es lo correcto, qué es lo que está alineado con la voluntad de Dios. ¿Cómo lo hace? No lo sabemos, pero a Él nos confiamos.
¿Cómo puede cambiar tu oración el descansar en esta realidad?