La ley, efectivamente, no logró hacer nada perfecto, siendo sólo la puerta de una esperanza mejor, por medio de la cual nos acercamos a Dios. (Hebreos 7:19)
En el evangelio de Juan ya leemos que la ley fue dada por medio de Moisés, sin embargo, la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesús. El apóstol Pablo desarrolla en profundidad la idea de que la ley tiene exclusivamente una función pedagógica. Por medio de ella somos conscientes del problema del pecado y, al mismo tiempo, de nuestra incapacidad de ser declarados justos por medio del cumplimiento de esa ley. La ley, tomada como un indicador que nos lleva a Jesús cumple totalmente su función. Sin embargo, si la tomamos como medio de redención sólo genera frustración.
Esa esperanza mejor de la que habla nuestro anónimo autor es la gracia. Esa gracia que tan claramente queda reflejada en la parábola del padre que ama y perdona (mal conocida con la del hijo pródigo). Esa gracia que nos ama, no por lo que somos; tampoco a pesar de lo que somos. Una gracia que nos abraza con toda nuestra realidad de pecado, culpa, vergüenza y miedo. Esa gracia que hace lo que la ley no puede, redimirnos y restaurarnos nuevamente en la condición de hijos.
¿Sigues dependiendo de la ley o experimentando la gracia?