Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres en mi casa. (Mateo 8:8)

La vergüenza es una emoción más profunda que la culpa y que ataca nuestra autoestima; puede hacer que una persona se sienta intrínsecamente defectuosa o indigna de ser amada. La vergüenza se centra en el yo. Nos hace sentir como si fuéramos el problema en lugar de solo nuestras acciones. En lugar de pensar "Hice algo mal", cambia a "Soy malo".


La vergüenza puede llevar a la evasión, el retraimiento o conductas defensivas. A menudo da lugar a un diálogo interno negativo y puede crear un ciclo de culpabilidad, lo que hace que las personas se sientan menos motivadas para enfrentar sus problemas o buscar apoyo. A diferencia de la culpa, la vergüenza puede ser un estado emocional más duradero. Puede persistir mucho después del evento desencadenante y puede llevar a sentimientos de inutilidad o desesperación permanente. Cuando se experimenta de manera persistente, la vergüenza puede tener efectos perjudiciales para la salud mental, lo que puede llevar a la ansiedad, la depresión y una disminución de la autoestima. A menudo impide que las personas busquen ayuda, ya que pueden sentirse demasiado expuestas o vulnerables.


Vergüenza es tener conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. No solamente quién Dios desea que seamos, sino quienes nosotros quisiéramos ser. Es el sentimiento de Adán y Evan cuando se reconocieron desnudos, el del hijo de la parábola antes de regresar a la casa del padre, el de publicano cuando oraba ante el Señor en la sinagoga. 


¿Por qué es importante diferenciar entre la culpa y la vergüenza?