Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. (Mateo 26:38)

No estamos hechos para estar solos; ya lo afirmó el Señor cuando creó al ser humano. No podemos vivir la vida cristiana en soledad por más que nos montemos argumentos en nuestras mentes para justificar lo que en ningún lugar del Nuevo Testamento es justificable, a saber, vivir una vida cristiana en soledad. Somos salvados de forma individual para ser unidos a un cuerpo, una familia, una comunidad.

Lo veo en este pasaje. Jesús no quiere, no puede estar solo en esos momentos tan difíciles de su vida y su ministerio. Precisa de la compañía de otros que estén a su lado, que le apoyen, que le sostengan en un tiempo, en una situación en la que se ve sobrepasado por sus emociones, por todo lo que le viene encima que sabe que es inevitable y difícil de asumir primero y experimentar después.

La vida no es fácil para la inmensa mayoría de las personas. Hay situaciones que nos sobrepasan, que van más allá de nuestras fuerzas, de nuestras capacidades. Otras que afectan a nuestros seres queridos y sobre las que no tenemos el más mínimo control. En esos momentos necesitamos a nuestro alrededor personas en las que nos podamos apoyar, aunque sólo sea para que estén ahí con nosotros.

¿A quién tienes?