Como el ciervo anhela las corrientes de las aguas, así te anhelo a ti, oh Dios. Tengo sed de Dios, del Dios viviente. (Salmo 42:1-2)

La relación con Dios es compleja. Somos seres afectados por el pecado, espiritualmente defectuosos. Hay una gran separación entre aquello que creemos mentalmente y lo que experimentamos en nuestra vida cotidiana. Las verdades de la mente no siempre se corresponden con lo que hay en nuestro corazón. 

Estos últimos meses me está costando concentrarme en la oración. Comienzo a hablar con el Señor y mi mente vaga por todo mi pequeño universo. Me voy de las actividades del día a cosas que carecen totalmente de sentido y que ni siquiera entiendo como vienen a mi mente.

Cuando esto me pasa no es difícil experimentar culpa. Cómo no sentir culpa cuando uno lee las palabras del salmista. Cómo no sentirse mal cuando uno compara cómo vive la relación con Dios con los clichés religiosos de lo que es la persona espiritual.

Me repito que el Señor no necesita nada de mí. Es completo y suficiente en sí mismo. Nada de lo que yo haga o diga le añadirá valor. No necesita que yo me presente ante Él, soy yo el que necesito estar con Él y presentarme como soy y no pensar en cómo debería ser. Yo no quiero una relación con Dios basada en la mentira sino en la realidad de que soy un ser roto, defectuoso, afectado por el pecado. Él lo sabe, yo también y así quiero relacionarme aunque, evidentemente, me gustaría que fuera diferente.

¿Cómo es tu relación con Dios?