Volvió Moisés adonde estaba el Señor, y le dijo: Sin duda que este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Pero te ruego que les perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde nos tienes inscritos. (Éxodo 32:32)


En este capítulo en dos ocasiones Moisés intercede de forma dramática por el pueblo ante Dios. A escasos días de su salida milagrosa de Egipto Israel ha pasado de la murmuración a la idolatría abierta contra el Señor y, una vez más, al deseo de volver al país donde recién habían sido liberados de la esclavitud. Además, su propio liderazgo había sido cuestionado y lo habían sometido a presión. Ante el deseo de Dios de destruir a Israel, Moisés se planta ante el Señor y argumenta con Él. En la primera ocasión apela a las promesas hechas a los patriarcas. En la segunda, en un acto de gran osadía, le dice al Señor que si no hay perdón él mismo desea ser borrado del libro de Dios; el Señor accede y perdona al pueblo.

Me ha costado ponerle nombre a la actitud de Moisés; finalmente creo que es misericordia. La misericordia es la capacidad de compadecerse de las miserias ajenas. La misericordia no banaliza, ignora o justifica las miserias de las personas; las miserias, miserias son. La misericordia tiene más bien la capacidad de hacernos sentir compasión por las personas a pesar de sus miserias como seres humanos. Conozco personas que son tremendamente egoístas y egocéntricas; actitudes muy poco acordes con el evangelio. Sin embargo, lejos de rechazarlas o juzgarlas por ello me siento movido a tener misericordia, es decir, compasión por la forma en que son y continuar trabajando con ellas. Conozco seguidores de Jesús que son totalmente indiferentes a las necesidades de un mundo roto. Ahora bien, lejos de juzgarlas y despreciarlas la misericordia me mueve a tener compasión y tristeza por su situación y tratar de continuar ministrándolas. La misericordia ve la miseria del otro y, en vez de rechazar a la persona, se siente movido a tener compasión por él. Creo que sin misericordia el liderazgo es imposible. La misericordia nos mueve a seguir trabajando con las personas y seguir aceptándolas no debido a su carencia de miseria, sino a pesar de las mismas.

¿Cómo es posible desarrollar esa actitud en nuestras vidas? Se me ocurre que únicamente con un diálogo interior con el Señor. Mi fórmula, que no es mágica, consiste en reconocer la miseria de la gente, ponerle a la misma nombre y apellidos y, a continuación, dársela al Señor. Me refiero a hablar con Él acerca de  las miserias que vemos en las personas con las que trabajamos y cómo eso nos hace sentir. Darle a Jesús esos sentimientos y pedirle que, de la misma manera que Él ha sido misericordioso con nuestra miseria, nosotros podamos extender misericordia a aquellos con quienes interactuamos. He aprendido que no es un acto automático e instantáneo; es más bien un proceso en que vamos aprendiendo a ver y tratar a las personas como Jesús lo haría; no debido a lo que son, sino más bien a pesar de lo que son. 


¿Quién en tu entorno precisa de misericordia? ¿Qué miserias de esas personas te irritan? ¿Qué vas a hacer con esos sentimientos? ¿Cómo te puede ayudar el diálogo interior antes mencionado?



Volvió Moisés adonde estaba el Señor, y le dijo: Sin duda que este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Pero te ruego que les perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde nos tienes inscritos. (Éxodo 32:32)


En este capítulo en dos ocasiones Moisés intercede de forma dramática por el pueblo ante Dios. A escasos días de su salida milagrosa de Egipto Israel ha pasado de la murmuración a la idolatría abierta contra el Señor y, una vez más, al deseo de volver al país donde recién habían sido liberados de la esclavitud. Además, su propio liderazgo había sido cuestionado y lo habían sometido a presión. Ante el deseo de Dios de destruir a Israel, Moisés se planta ante el Señor y argumenta con Él. En la primera ocasión apela a las promesas hechas a los patriarcas. En la segunda, en un acto de gran osadía, le dice al Señor que si no hay perdón él mismo desea ser borrado del libro de Dios; el Señor accede y perdona al pueblo.

Me ha costado ponerle nombre a la actitud de Moisés; finalmente creo que es misericordia. La misericordia es la capacidad de compadecerse de las miserias ajenas. La misericordia no banaliza, ignora o justifica las miserias de las personas; las miserias, miserias son. La misericordia tiene más bien la capacidad de hacernos sentir compasión por las personas a pesar de sus miserias como seres humanos. Conozco personas que son tremendamente egoístas y egocéntricas; actitudes muy poco acordes con el evangelio. Sin embargo, lejos de rechazarlas o juzgarlas por ello me siento movido a tener misericordia, es decir, compasión por la forma en que son y continuar trabajando con ellas. Conozco seguidores de Jesús que son totalmente indiferentes a las necesidades de un mundo roto. Ahora bien, lejos de juzgarlas y despreciarlas la misericordia me mueve a tener compasión y tristeza por su situación y tratar de continuar ministrándolas. La misericordia ve la miseria del otro y, en vez de rechazar a la persona, se siente movido a tener compasión por él. Creo que sin misericordia el liderazgo es imposible. La misericordia nos mueve a seguir trabajando con las personas y seguir aceptándolas no debido a su carencia de miseria, sino a pesar de las mismas.

¿Cómo es posible desarrollar esa actitud en nuestras vidas? Se me ocurre que únicamente con un diálogo interior con el Señor. Mi fórmula, que no es mágica, consiste en reconocer la miseria de la gente, ponerle a la misma nombre y apellidos y, a continuación, dársela al Señor. Me refiero a hablar con Él acerca de  las miserias que vemos en las personas con las que trabajamos y cómo eso nos hace sentir. Darle a Jesús esos sentimientos y pedirle que, de la misma manera que Él ha sido misericordioso con nuestra miseria, nosotros podamos extender misericordia a aquellos con quienes interactuamos. He aprendido que no es un acto automático e instantáneo; es más bien un proceso en que vamos aprendiendo a ver y tratar a las personas como Jesús lo haría; no debido a lo que son, sino más bien a pesar de lo que son. 


¿Quién en tu entorno precisa de misericordia? ¿Qué miserias de esas personas te irritan? ¿Qué vas a hacer con esos sentimientos? ¿Cómo te puede ayudar el diálogo interior antes mencionado?



Volvió Moisés adonde estaba el Señor, y le dijo: Sin duda que este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Pero te ruego que les perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde nos tienes inscritos. (Éxodo 32:32)


En este capítulo en dos ocasiones Moisés intercede de forma dramática por el pueblo ante Dios. A escasos días de su salida milagrosa de Egipto Israel ha pasado de la murmuración a la idolatría abierta contra el Señor y, una vez más, al deseo de volver al país donde recién habían sido liberados de la esclavitud. Además, su propio liderazgo había sido cuestionado y lo habían sometido a presión. Ante el deseo de Dios de destruir a Israel, Moisés se planta ante el Señor y argumenta con Él. En la primera ocasión apela a las promesas hechas a los patriarcas. En la segunda, en un acto de gran osadía, le dice al Señor que si no hay perdón él mismo desea ser borrado del libro de Dios; el Señor accede y perdona al pueblo.

Me ha costado ponerle nombre a la actitud de Moisés; finalmente creo que es misericordia. La misericordia es la capacidad de compadecerse de las miserias ajenas. La misericordia no banaliza, ignora o justifica las miserias de las personas; las miserias, miserias son. La misericordia tiene más bien la capacidad de hacernos sentir compasión por las personas a pesar de sus miserias como seres humanos. Conozco personas que son tremendamente egoístas y egocéntricas; actitudes muy poco acordes con el evangelio. Sin embargo, lejos de rechazarlas o juzgarlas por ello me siento movido a tener misericordia, es decir, compasión por la forma en que son y continuar trabajando con ellas. Conozco seguidores de Jesús que son totalmente indiferentes a las necesidades de un mundo roto. Ahora bien, lejos de juzgarlas y despreciarlas la misericordia me mueve a tener compasión y tristeza por su situación y tratar de continuar ministrándolas. La misericordia ve la miseria del otro y, en vez de rechazar a la persona, se siente movido a tener compasión por él. Creo que sin misericordia el liderazgo es imposible. La misericordia nos mueve a seguir trabajando con las personas y seguir aceptándolas no debido a su carencia de miseria, sino a pesar de las mismas.

¿Cómo es posible desarrollar esa actitud en nuestras vidas? Se me ocurre que únicamente con un diálogo interior con el Señor. Mi fórmula, que no es mágica, consiste en reconocer la miseria de la gente, ponerle a la misma nombre y apellidos y, a continuación, dársela al Señor. Me refiero a hablar con Él acerca de  las miserias que vemos en las personas con las que trabajamos y cómo eso nos hace sentir. Darle a Jesús esos sentimientos y pedirle que, de la misma manera que Él ha sido misericordioso con nuestra miseria, nosotros podamos extender misericordia a aquellos con quienes interactuamos. He aprendido que no es un acto automático e instantáneo; es más bien un proceso en que vamos aprendiendo a ver y tratar a las personas como Jesús lo haría; no debido a lo que son, sino más bien a pesar de lo que son. 


¿Quién en tu entorno precisa de misericordia? ¿Qué miserias de esas personas te irritan? ¿Qué vas a hacer con esos sentimientos? ¿Cómo te puede ayudar el diálogo interior antes mencionado?