Y no tratamos de complacer a la gente, sino a Dios, que examina lo más profundo de nuestro ser. (1 Tesalonicenses 2:4)
Todos tenemos puntos ciegos en nuestro campo de visión. Es una pequeña zona en la cual, a pesar de que hay cosas, no podemos ver nada. Todo aquel que ha conducido un automóvil sabe que al mirar por el espejo retrovisor lateral hay una zona ciega; es posible que allí haya otros vehículos o incluso personas pero no podemos verlos. Que no los veamos no significa que no existan.
También hay puntos ciegos en nuestras vidas. Actitudes, motivaciones, omisiones, acciones, valores y un largo etcétera que están ahí pero que no somos capaces de verlos. Además, lo que sucede con estos puntos ciegos es que nunca los podremos ver -precisamente de ahí su nombre- a menos que otros nos los muestren.
Dado el carácter engañoso del corazón humano (Jeremías 17:9-10) puede darse el caso que nos neguemos a ver. También que nos neguemos a aceptar aquello que otros nos digan sobre nuestros puntos ciegos. Por eso, precisamente por eso, necesitamos presentar nuestra vida delante del Señor para que Él haga un examen profundo de la misma. Nos podemos engañar a nosotros mismos, podemos cerrarnos a la retroalimentación de otros, pero es muy difícil jugar con Dios a los puntos ciegos. Si tenemos la actitud correcta cuando venimos ante Él podemos estar seguros que nos dará la luz sobre todos nuestros puntos ciegos. El salmo 139 en sus dos últimos versículos es una buena guía para este examen tan necesario.