Os aseguro que todo lo que hayáis hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho. (Mateo 25:40)

Imagínate que estás en tu congregación, Jesús entra y pregunta quién puede hacerle un favor, un servicio. ¿Cómo responderíamos? Me da la impresión que, en el buen sentido de la palabra, competiríamos por poderlo servir ¡Quién no querría hacer eso por aquel a quien debemos tanto!

Bueno, pues Jesús lo aterriza a nuestra vida cotidiana. Nos da, día tras día, oportunidades de servirlo a través del servicio a nuestro prójimo. ¡Qué decepción! ¡Servirle a Él es un privilegio y si podemos hacerlo en público y con aplausos mucho más! Pero el servicio callado, anónimo, pequeño, costoso en ocasiones; eso ya es otra cosa y se vuelve molesto, pesado y para esas menudencias no tenemos tiempo, la vida es demasiado complicada y todos tenemos muchas responsabilidades. 

Pero la lógica del Reino es como es. Todo servicio hecho a nuestro prójimo es un servicio hecho al Maestro. Toda negligencia hacia las necesidades de nuestro prójimo lo es hacia el mismo Señor. Nos puede gustar o no pero así lo ha determinado Él. En el prójimo nos encontramos e interactúamos con Jesús.