Dichoso, en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta -la ley de la libertad- y no se contenta con oírla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica. (Santiago 1:25)
Miremos bien el pasaje porque describe lo que con mucha probabilidad son las formas habituales de acercarnos a la Palabra. En primer lugar está oír; implica que alguien la está compartiendo por medio de la predicación, un estudio, un podcast o cualquier otra forma de comunicación. Es decir, estamos trabajando sobre aquello que otro previamente ha trabajado y elaborado. La actitud, según refleja el verbo griego, es bastante pasiva y el resultado significativamente bajo, la olvidamos.
En segundo lugar está la actitud de meditar. Se trata de una acción intencional y personal. Consiste en una reflexión consciente sobre las implicaciones que la Palabra puede tener sobre mi estilo de vida y qué voy a hacer para llevarlo a la práctica. La Palabra, en esta segunda actitud, no cae en saco roto, antes al contrario, se expresa en un cambio que puede ser de motivaciones, actitudes, valores, prioridades, acciones, omisiones o una combinación parcial o total de todo lo anterior.
La conclusión es que tu vida espiritual no puede sobrevivir de domingo en domingo en base a un comprimido de la Palabra en forma de sermón. Sin duda, puede ser un complemento alimentario, pero nunca la dieta principal.
¿Cómo es tu dieta?