Pues bien, cuando llegue el día en que yo intervenga -dice el Señor del Universo-, volverán a ser mi propiedad personal y los perdonaré como hace un padre con el hijo que está a su servicio. Ese día volveréis a ver la diferencia entre el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no lo hace. Porque está llegando el día, ardiente como un horno, en que todos los soberbios y todos los que actúan con maldad serán como paja. Ese día, que ya se acerca, los abrasará hasta que no quede de ellos ni rama ni raíz. Sin embargo, para vosotros, los que honráis mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo curación en sus alas (Malaquías 3:17-20)
En el anterior post se mencionaba el desánimo que el justo experimenta ante la prosperidad e impunidad de los injustos; cosa que le lleva a dudar sobre el sentido y la validez de servir a Dios. En este pasaje de Malaquías, como sucede con Asaf y su salmo y también con Habacuc y otros profetas, el Señor indica que no es indiferente a todo lo que está sucediendo y que tiene planeada su intervención en la historia humana para hacer que ¡Finalmente! Las cosas sean como deberían ser y no como el pecado las ha torcido. Por eso, cuando nosotros nos sintamos desanimados y hayamos perdido el enfoque es bueno que miremos al futuro y a la promesa del día del Señor, cuando restaurará y reconciliará todas las cosas.